La cultura mediterránea ha sido seducida por el fuego a lo largo de su historia. En Cataluña, muchas de sus tradiciones están ligadas al fuego. Las fiestas con fuego en Cataluña más conocidas son las fallas en los Pirineos, la Patum, los diablos y bestiario festivo y las verbenas, los correfocs y pasacalles. Actualmente hay más de 500 grupos de diablos y unas 400 bestias donde participan niños, jóvenes y adultos.

Imagen: Salto de mazas de la Patum infantil. Aida Morales. Fuente: Nació Berguedà

El arraigo de estas tradiciones en la sociedad también se debe a la labor desarrollada por muchas escuelas de Cataluña que han construido sus propias bestias para participar en las fiestas de su barrio, transmitiendo la cultura y la tradición popular y al mismo tiempo enseñando a los niños y niñas el correcto uso de la pirotecnia, la responsabilidad y el respeto que se debe tener ante los fuegos artificiales, garantizando la continuidad de la tradición. Las propias asociaciones, que forman parte de la Agrupación del Bestiario Festivo y Popular de Cataluña, hacen formaciones porque cualquier persona, incluso los niños, que quiera ser demonio o llevar una bestia debe hacer un curso sobre fuegos artificiales, normas y seguridad.

La verbena de San Juan

Una de las verbenas más antiguas en Cataluña es la verbena de San Juan. En el caso de Barcelona, ​​el libro La noche de San Juan en Barcelona señala que la primera referencia documentada de esta fiesta en la ciudad data del siglo XV.

La verbena de San Juan se celebra el 23 de junio y es una de las fiestas populares más arraigadas en los Países Catalanes y en todo el Estado español. Fuego, música, baile y coca son los protagonistas. Se organizan verbenas populares en las calles y en las plazas, con orquestas y baile, y, en algunos casos, con hogueras.

La tradición dice que es un buen momento para seguir adelante, quemar todo aquello que ya no se quiere o se necesita cambiar. La hoguera se ve como un final y como un inicio de una nueva vida, quemando todo lo que se quiere dejar atrás y bailando alrededor de la hoguera celebrando los cambios.

¿Pero, sigue vigente esta tradición hoy en día?

El año pasado se encendieron 27 hogueras en Barcelona y el año anterior quemaron sólo 20, todas organizadas por asociaciones de adultos y con permiso del Ayuntamiento, mientras que, en 1969 en plena decadencia de la tradición, la prensa informaba que se habían encendido «sólo» 823 hogueras en la ciudad, todas sin autorización y a cargo de los chiquillos según escribe el Manuel Delgado en su artículo Las hogueras de San Juan y el fin de los niños publicado en Diario Ara.

¿Cuál es el motivo de esta drástica reducción?

Según la antropóloga Marta Contijoch, editora junto con Helena Fabré del libro La ciudad de las hogueras (Polen Ediciones, 2017), la pregunta clave no es qué ha sido, de las hogueras, sino dónde están los niños que las preparaban. Eran grupos de chicos entre ocho y catorce años que se pasaban el día jugando en la calle. El libro expone el proceso de desaparición de las hogueras de San Juan en Barcelona a partir de la memoria colectiva, de una generación que la propia calle enseñó e hizo crecer. Los diferentes testimonios que lo han hecho posible son una impugnación a un presente que niega la calle a los niños.

Contijoch afirma que las hogueras no se pueden desligar del universo del juego infantil en la calle y cuando los niños dejan de jugar, desaparecen las hogueras. Nos dice que los mismos niños que jugaban en la calle durante todo el año, unas semanas antes de San Juan se dedicaban a ir a recoger madera o cualquier cosa para quemar, como si se tratara de un juego más, evitando la confiscación de la madera por parte de la Guardia Urbana o por parte de otros grupos de la ciudad.

Imagen: Niños montando una hoguera. Fuente: AFB

Según las autoras del libro, las razones de la desaparición de los niños de la calle se debe por un lado a la sobreprotección de la infancia: la gente cree que la calle es un lugar lleno de peligros y que los niños son incapaces de estar solos y negociar por su cuenta y por otro, a la generalización de la educación en el tiempo libre: a partir de los años 70 se extiende la idea, por medio de los esplais y escoltes, que el niño al estar el periodo de formación debe ser educado también en su tiempo libre. Este hecho diferencia el tipo de juego que se produce en estas agrupaciones, que es dirigido y participan los adultos, del juego que pasa en la calle que es libre y autorregulado por los propios niños.

Las conclusiones de esta investigación ponen de manifiesto la disminución de la presencia de los niños y adolescentes en las calles y las plazas de nuestras ciudades. La verbena de San Juan se presenta como resistencia, una cierta celebración de esta institución cultural y social que es la infancia. La verbena se mantiene como uno de los pequeños reductos o remanentes que nos quedan de la infancia como exploración. De lo que la ciudad tiene de infancia, del poder que tiene la calle y la fiesta como espacio de inversión simbólica de las estructuras de poder.

Se pone de manifiesto el papel clave que tenían los niños en sus comunidades y como este protagonismo se ha ido perdiendo junto con el aprendizaje autónomo que la propia calle les ofrecía.

La autoprotección de niños y jóvenes en espacios públicos

En este sentido, los resultados del proyecto CUIDAR destacan la necesidad que tienen los niños y jóvenes, que han participado en el proyecto, a la hora de pensar y repensar su autoprotección en espacios que están más allá de la escuela o del espacio doméstico. La calle, la plaza, el espacio público en general han sido señalados como espacios importantes para ellos. Espacios de juego y relación, de aprendizaje y disfrute para los que a menudo no hay planes de autoprotección y donde la influencia y supervisión de los adultos es significativamente menor.

Esto es especialmente importante para los adolescentes, quienes piden con más insistencia herramientas y formación para saber cómo gestionar emergencias y riesgos en estos espacios, sin que ello implique necesariamente renunciar a una autonomía, a unas dinámicas, a una organización entre pares que consideran importante mantener.

Estas propuestas sin duda plantean retos nuevos para la autoprotección, retos que apuntan a la necesidad de trabajar de una manera más colaborativa con niños y jóvenes que quieren tener un papel activo y hacerse corresponsables de la gestión de su seguridad y de la de sus comunidades.

En conclusión, es importante que los niños y jóvenes contrarresten la imagen monolítica y estereotípica que generalmente se tiene de ellos como un grupo homogéneo. Es importante ver y reconocer, en cuanto a autoprotección y planes de emergencia, las muchas infancias y diversidades que contiene este grupo social.

 

* Imagen de portada: Correfoc infantil de Barcelona, Mercè 2017. Elisenda Pons. Fuente: El periódico